27.9.12

Hanglin en el país de las maravillas

Uruguay es el paraíso. Un país "enteramente de clase media". Un país que vive un gran momento "económico y emocional". Un "gran país con una personalidad admirable".  Un país "grande en su inteligencia y en su decoro". La tierra prometida.
Así lo vio, lo sintió y lo escribió el periodista argentino Rolando Hanglin tras una recorrida en auto entre Colonia y Maldonado, relatada luego en una columna publicada en el diario La Nación.
Según la crónica, por momentos parece que Hanglin hubiese sido víctima de alguna poción mágica y alucinógena.
Su descripción de la rambla montevideana es tan osada que ni siquiera el más corajudo publicista del Ministerio de Turismo se habría atrevido a tanto. Para Hanglin las aguas del Plata frente a Montevideo no son marrones sino "plateadas", las arenas capitalinas son blancas y en la rambla reina una higiene de quirófano: "Ni un papel, ni un cartón, ni un cajón descartado. Nada. Todo limpio".
El recorrido íntegro es como una casa de muñecas recién estrenada: "En las veredas (muy similares a las de Rio de Janeiro) ni una baldosa rota. Frente al horizonte del río-mar, un banco cada veinte metros, sólido y cómodo, que no está pintarrajeado ni saqueado por vándalos".
El periodista argentino pintó un país "campeón de la clase media" donde no hay lugar para noticias como la que nos golpeó como un piñazo en el estómago pocos días atrás: la del bombero que fue a apagar un incendio en una vivienda muy precaria, como la de miles y miles de trabajadores uruguayos, solo para descubrir al llegar que el hogar que el fuego devoraba era el suyo y que su hijita había muerto abrasada por las llamas.
Hanglin estuvo en Chihuahua, Solanas, Ocean Park, Sauce del Portezuelo y otras playas selectas de Maldonado, se alojó en un hotel donde "las liebres del monte (...) brincaban al borde de los jardines. Había olor a pino y a jazmines". Ahí no viven los bomberos, ni tampoco pasan los fines de semana.
En la dulcificada versión de Hanglin los uruguayos somos "gente educada, que tiene colegio secundario completo" cuya "pretensión es poseer una vivienda digna, un auto presentable, y mandar los chicos al cole. Nada más".
Por suerte Hanglin no tuvo necesidad de subir a un ómnibus de Coetc y encontrarse con la guarda-chofer que obligó a bajar de su coche y le secuestró el pase libre a un hombre que no tiene brazos, porque al manejar el pase libre con sus pies éste se le había deteriorado. Y fue afortunado de no toparse con los dos agentes policiales de Rocha que molieron a golpes a un hombre que no respondía a sus preguntas, hasta que se dieron cuenta, un poco tarde, que no contestaba porque era sordomundo.
Hanglin, en cambio, conoció a un policía honesto, amable, que la advirtió cuáles son los límites de velocidad para que evitara ser multado. Seguro que fue así: todavía hay muchos uruguayos honestos, amables, dispuestos a ayudar al prójimo cualquiera sea su color, raza, nacionalidad o ideología. Hanglin por suerte se cruzó con varios de ellos, en las calles, en el hotel, en una ruta donde se había perdido. Y también es cierto: ese tipo de gente es lo mejor que siempre ha tenido el Uruguay. "Ellos -escribió el periodista porteño- son unos argentinos pero...con educación, modestia, tranquilidad. Todo aquello que nosotros perdimos. ¿Cuándo y cómo?".
Quizás ahí está la clave del artículo. Porque a Hanglin le duele la realidad argentina, mitifica e idealiza la oriental. Era difícil que en apenas un fin de semana de recorrido por la zona más privilegiada de la costa lograra captar que a los uruguayos hoy nos preocupa -además de la pobreza- exactamente lo mismo que a él: la pérdida de educación, de valores y de tranquilidad que sufrimos día a día. La guarda-chofer de Coetc, la que agredió a un hombre que no tiene brazos... ¿cuándo y cómo se hizo posible entre nosotros? ¿Y  los chicos que prendieron fuego el liceo 29? ¿Y los que cada noche, una tras otra, atacan el Monumento al Holocausto? ¿Y la familia rica que importa empleadas domésticas de Bolivia para explotarlas mejor? ¿Y los funcionarios públicos que abusan de su poder frente a los más indefensos? ¿Qué cosa hicimos mal -no solo hoy, sino desde hace años- para que en Uruguay pudiera ocurrir una historia tan brutal y dolorosamente injusta como la del bombero?
Es posible que Hanglin tenga razón, que la Argentina nos lleve ventaja en esta caída, que también es global. En general, en casi todo nosotros los seguimos de atrás. Sobre todo, hay algo importante que Argentina padece y que Uruguay no. Es algo que no aparece en la nota de Hanglin, pero debería porque hoy marca una diferencia real entre los dos países. Nosotros todavía no estamos divididos como bandos en guerra, en blanco o negro, amigos o enemigos. Nosotros al adversario todavía lo consideramos un rival a superar y no un enemigo a destruir. Hay excepciones, claro, dirigentes de segundo orden que quieren tensar la cuerda. Pero son los menos. Nuestra política, con todos sus defectos y lacras, todavía no se organiza en base a la lógica perversa y ominosa del enemigo interno. No es un detalle menor. Es una seña de identidad y es la clave que siempre puede abrirnos el futuro. Es algo que deberíamos cuidar. Es mucho, mucho más importante que el color del agua del río.

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9.9.12

Pi Hugarte y las boleadoras

Conocí a Renzo Pi Hugarte en 1998. Por ese entonces yo trabajaba en la revista Tres y me habían llamado la atención ciertas publicaciones recientes sobre los charrúas. Una de ellas era una serie de fascículos escritos por el periodista Rodolfo Porley y editados por el diario La República con auspicio oficial (el gobierno era del Partido Colorado). Luego estaba el libro El pueblo jaguar, del geógrafo Danilo Antón.
Según estas publicaciones, los charrúas habían sido una nación de cientos de miles de individuos organizados en forma democrática, respetuosos de los derechos de la mujer y cuidadosos del medio ambiente. Poseían  importantes saberes éticos, científicos y técnicos: conocían la agricultura y sabían mucho de música, medicina y matemática. Tenían un calendario. Eran constructores y habían levantado decenas de monumentos de piedra, incluyendo una catedral en Salto.
Estas aseveraciones habían provocado polvareda entre historiadores, arqueólogos y antropólogos porque hasta entonces lo que se sabía sobre los charrúas era que habían sido unos pocos miles, nómades, guerreros indómitos que vivían de la caza, que no conocían la agricultura, el metal ni la rueda. No sabían tejer, no tenían ciencia ni industria.
Decidí escribir sobre el tema. Leí libros sobre los indígenas, entrevisté a Porley y a  Antón, también a científicos destacados que habían estudiado el asunto.
La conclusión era clara. No existía pruebas científicas para sostener las afirmaciones de Porley y Antón. Su alucinada prédica, sin embargo, provocaba la simpatía de buena cantidad de gente deseosa de que los charrúas fueran lo que nunca habían sido.
Pi Hugarte y los charrúas
Pi Hugarte en 1998. Foto de Leo Barizzoni (revista Tres)
Fueron especialmente enfáticos y tajantes para desmentir aquella ola charrúa superstar quienes ya entonces eran los dos antropólogos más respetados del país, Daniel Vidart y Pi Hugarte. El final del artículo -que pude leerse aquí- fue una frase de Pi, una de esas que apenas te las dicen ya sabés que serán el título o el remate de tu nota. Yo le pregunté: "¿Qué queda de los charrúas en la cultura uruguaya de hoy?". Él lo pensó en silencio unos segundos y luego respondió con seguridad: "Salvo las boleadoras, que cada día se usan menos, nada".
El artículo provocó el rechazo de los fanáticos de la tribu, que se ensañaron con Vidart y con Pi. Varias veces, en posteriores encuentros, Pi me comentó cómo le reprochaban aquella sentencia de las boleadoras. Pero era la verdad, se reafirmaba siempre.

***

La última vez que vi a Pi Hugarte fue hace un año, en octubre, en la Facultad de Humanidades, durante un seminario sobre culturas indígenas.
El primer impacto me lo llevé al entrar a la sala donde se desarrollaban las conferencias. Era un aula común y corriente, no muy grande, totalmente repleta de gente. Bastaba verlos para comprender que aquel público era cien por ciento charruísta. Muchos habían ido vestidos de indios: unos llevaban coloridas prendas del Altiplano, otros vinchas en la frente, peinados con largas trenzas, camisetas estampadas con el rostro de caciques siux o pieles roja.
Pi, lo mismo que Vidart, habló sentado en una mesita frente a todo aquel auditorio. Todo lo que dijo era todo lo que aquella gente no quería oír. Explicó las cosas que la antropología sabe sobre los charrúas. Habló de su legado mínimo en nuestra actual cultura. Les dijo que no por vestirse de indios revivirían a la desaparecida tribu.
Lo escucharon en silencio, en general con respeto. Alguien levantó la mano para dejar sentada su discrepancia.
Toda la conferencia fue un acto de valentía y de honestidad intelectual. Salí reconfortado y triste al mismo tiempo, sabiendo que ya entonces Uruguay no tenía casi intelectuales capaces de hacer algo semejante.

***

Renzo Pi Hugarte falleció el martes 15 de agosto a los 78 años.
Su partida constituye una pérdida irreperable en un país donde el debate de ideas ha cedido su lugar al marketing y la propaganda, un Uruguay en el cual la inmensa mayoría de los políticos decide cada mínimo gesto mirando las encuestas y los intelectuales solo saben nadar a favor de la corriente.
Nos harían falta muchos como Pi y no los tenemos.
Lo vamos a extrañar, maestro.

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30.8.12

Dos sicarios y los Salieris de Víctor Hugo

Vamos a suponer que todos estos ataques, insultos e infamias son ciertos. Supongamos que Luciano Álvarez y yo no tenemos una trayectoria detrás. Que no nos conoce nadie. Supongamos que nos alquiló Clarín, como dijo Víctor Hugo. Que, como dijo Hebe de Bonafini, somos "pseudoperiodistas" y "periodistas del amarillismo".  Que somos "legionarios talibanes" como dijo Susana Rinaldi.
Supongamos que Uruguay es un país muy pero muy grande. Inmenso. Que nadie conoce nuestra forma de vida, ni el modo en que nos ganamos el pan desde hace décadas. Supongamos que somos malos tipos, arribistas, oportunistas. Supongamos que, como escribió la decana de la facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata, Álvarez y yo somos dos sujetos que pretendemos imponer nuestra "visión del mundo" mientras "abiertamente" renegamos "de los cambios culturales por los cuales el país viene luchando en los últimos años". Supongamos que es cierto, que somos Pinky y Cerebro.
Supongamos que como dijeron Estela de Carlotto y Jaime Roos el libro que nosotros escribimos y ellos no leyeron, Relato Oculto, es parte de una "operación mediática". Supongamos que tiene razón Beto Casella y es posible admitir que uno no leyó un libro y al mismo tiempo calificarlo de "libro miserable". Supongamos que Luis Bruschtein tuvo el mínimo rigor de leer el libro antes de escribir en Página 12 que todo es un "pequeño chisme" carente de interés periodístico. Supongamos que es legítimo hacer lo que hace Rodolfo Braceli: plantear todo el asunto como una pelea entre Víctor Hugo y Lanata, ignorando por completo el libro.
Supongamos que toda esta buena gente opina con conocimiento de causa, que conocen de la historia reciente uruguaya, que se informaron, que leyeron a quienes intentan destruir. Supongamos que ninguno de ellos tiene lazos de amistad o intereses comerciales o artísticos o políticos que los condicionan en sus opiniones. Supongamos que todos ellos son gente seria y que todos sus falsos enunciados anteriores son verdaderos.
Supongamos que sí. Que somos lo peor. Sicarios. Malos, feos y sucios.
Pero, ¿lo que cuenta Relato Oculto es verdadero o falso? Esa debería ser la cuestión a discutir. ¿No? ¿O será que se discute todo lo anterior para evitar discutir el contenido del libro?
¿Los artículos que reproducimos en forma textual en los cuales Víctor Hugo Morales adula, agradece y elogia a la dictadura uruguaya, al dictador Aparicio Méndez y a otros de sus personeros, son verdaderos o falsos? ¿Los inventamos? ¿Los transcribimos erróneamente? ¿O son verdad?
¿Los artículos en los cuales Víctor Hugo Morales elogia una y otra vez a la Junta Militar que encabezaba Videla... ¿son fruto de nuestra pérfida imaginación? ¿Son acaso una calumnia? ¿O son ciertos?
¿Es verdad que Víctor Hugo escribió que los jugadores argentinos campeones del 78 eran como soldados porque habían traído "la paz y la esperanza"? ¿Es exactamente así o lo inventamos nosotros?
¿Miente Manuel Martínez Carril, alma mater de la Cinemateca Uruguaya (¿a ese tampoco lo conocen? ¿El también es de derecha y alquilado por Clarín? ) cuando cuenta cómo Víctor Hugo Morales miente en su autobiografía al adjudicarse un cargo periodístico que nunca tuvo? ¿Miente el cantante de tangos Aníbal Oberlín cuando cuenta que durante años Víctor Hugo Morales iba todos los fines de semana a un cuartel del Ejército uruguayo, donde había presos de la dictadura, a cantar, a jugar paleta, al fútbol y al billar? ¿La grabación donde Víctor Hugo es presentado como "un conspicuo amigo de todos los integrantes del batallón Florida" es falsa? ¿Está adulterada? ¿Tienen alguna prueba en ese sentido?
¿Es cierto o es falso que Víctor Hugo Morales juró por lo más querido de su vida que nunca tuvo agendando el teléfono de un militar? ¿Entonces es falsa la grabación en la cual se escucha a Víctor Hugo agradecerle al entonces mayor Grosso por estar siempre al otro lado del teléfono? ¿Miente también entonces el ex comandante del Ejército durante los gobiernos del Frente Amplio, el general Jorge Rosales, cuando cuenta que durante años se hablaban por teléfono para salir de noche todos juntos, Víctor Hugo y la barra del Batallón Florida? ¿Miente Rosales? ¿Mienten las diez personas que con nombre y apellido apoyan esa versión de la historia? ¿No será que el mentiroso es Víctor Hugo?
¿Son falsos los testimonios, personales y documentales, que muestran que Víctor Hugo no fue preso por oponerse a la dictadura sino por partirle la nariz a una persona común y corriente en un partido amistoso de fútbol? ¿No es cierto que Morales tiene una larga trayectoria de violencia y peleas, según él mismo confesó?
¿La grabación en la cual Víctor Hugo Morales le pide al comandante del batallón Florida que cuide la canchita de fútbol donde "tantas veces, tantas mañanas, nos entreveramos en picados inolvidables" es falsa? ¿No es Víctor Hugo el que habla? ¿Es un documento adulterado? Si es así, deberían denunciarlo y presentar las pruebas al respecto. Pero si es verdadera, ustedes, que son periodistas, académicos, actores sociales y figuras públicas, deberían dejar de repetir la mentira de los "dos picaditos de fútbol".
Ustedes vieron a Lanata y creen que el gran tema de Relato Oculto es la dictadura. No es así. El gran tema de Relato Oculto es la honestidad. Son los hechos, que en periodismo todavía existen. La verdad y la mentira.
Nadie los obliga a leer un libro miserable, un chisme carente de interés periodístico.
Pero si quieren debatir con el libro, entonces sí deberían leerlo y discutir con hechos y con altura.
Deberían dejar de insultar y de utilizar una y otra vez descalificaciones ad hominem.
Se sabe que los malos, feos y sucios también pueden decir la verdad.
Y que los buenos, lindos y limpios también mienten.
Ya tenemos un caso comprobado. Sería una pena tener que seguir agrandando la lista.

Artículo de Leonardo Haberkorn, publicado en la edición digital de La Nación, el 24 de agosto de 2012.

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